Escrito por el Dr. Juan Carlos Hernández Grosso, gerente Hospice Presentes.
En esta semana, en la que los círculos médicos se unen para conmemorar el mes de los Cuidados Paliativos, se abre un espacio para reflexionar sobre qué son, para qué sirven y cómo benefician a las personas con enfermedades en etapa terminal.
El lema de este año se enfoca en los avances logrados en este campo, y uno de los más importantes, a mi parecer, es la creación de una cultura basada en el cuidado, la compasión y en el retorno a la esencia de aliviar cuando ya no es posible curar.
Crear una cultura del cuidado significa integrar la idea de que, en algún momento, todos enfrentaremos la muerte ante una situación que no se puede curar. Pero sobre todo, se trata de entender que es posible morir bien: con amor, con aceptación de la naturalidad de la vida y, lo más importante, acompañados.
Para lograr esto, se han fomentado habilidades sociales que promueven la solidaridad, la empatía y la compasión hacia quienes sufren, enseñándonos a cuidar a quienes lo necesitan. Es aquí donde los Cuidados Paliativos juegan un papel crucial. Movimientos como el Hospice han demostrado cómo estas habilidades sociales pueden aplicarse en la vida real, siempre desde un lugar de servicio genuino hacia los demás, hacia quienes sufren y, muchas veces, hacia aquellos que se encuentran en soledad.
Ahora bien, ¿por qué es tan importante acompañar en el final de la vida? La respuesta puede parecer obvia, pero la realidad es que un gran número de personas fallecen en soledad, sin el acompañamiento que merecen.
Acompañar significa caminar junto al otro, estar presente, ofrecer la mano y decir “aquí estoy y aquí me quedo junto a ti”. Este acto es una muestra profunda de compasión y misericordia, y se convierte en la reivindicación de la “presencia” como el vehículo más poderoso para brindar apoyo significativo.
Acompañar no se limita a estar físicamente presente; se trata de ofrecer atención, cuidado, respeto y disposición para servir en lo que la persona necesite. No es un acto obligatorio, sino un gesto voluntario que refleja nuestra capacidad de amar sin límites. Por esta razón, este acompañamiento trae consigo un beneficio inmenso: el alivio. Al estar presentes, ayudamos a cargar el peso del otro y demostramos que nadie tiene que atravesar este camino en soledad.
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Finalmente, quiero rendir un homenaje a todas aquellas personas que se dedican a cuidar y acompañar a quienes enfrentan una enfermedad terminal: familiares, cuidadores, voluntarios. Ustedes son valientes, dejan a un lado sus propios intereses para estar al servicio de los demás. Sin proponérselo, se convierten en pilares fundamentales de los cuidados compasivos. ¡Qué hermoso acto de amor y desprendimiento! Mi gratitud infinita para todos ustedes, quienes hacen esto posible.
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